lunes, 3 de noviembre de 2014

VILLA FEDERAL. Un pedazo de Entre Ríos, con mucho significado familiar.



Pronunciar su nombre, es retroceder en el tiempo, es volver al pasado y rememorar nuestros primeros años de vida, esa etapa de nuestra existencia, donde todo es amor, ternura, inocencia, simpleza, risas y alegría.

A Villa Federal, ese pedacito de tierra entrerriana que hoy evocamos, arribaron nuestros padres luego de contraer matrimonio. Llegaron llenos de sueños e ilusiones, y allí, comenzaron a construir ese legado de amor que con tanto esmero plasmaron y nos dejaron a nosotros, sus hijos, como un tesoro de incalculable valor.

Encarar un matrimonio y formar una familia, nos pone a prueba; es el momento de potenciar nuestras virtudes en pos de un objetivo común. Es la hora de la convivencia, de la tolerancia, del pensar en plural, de modelar el carácter y de saber apreciar que la meta no es la obtención de la propia felicidad, sino la felicidad de ambos. Es el camino de la responsabilidad y del desprendimiento cuando llegan los hijos y es menester pensar en su formación.

Nuestros padres, concientes del compromiso asumido, llenos de fe y buenos propósitos, comenzaron el duro andar que exige la carrera de las armas. Traslados permanentes, casas nuevas, colegios distintos, amistades diversas, desarraigo familiar, poca disponibilidad económica y por sobre todas las cosas aceptar y comprender que pese al esfuerzo personal, las más de las veces, el éxito o el fracaso de esa profesión no está ligado al mérito, sino a la buena o mala predisposición de quienes son sus superiores jerárquicos.



Con el permiso de sus superiores para contraer matrimonio, como está establecido, se casaron el 24 de julio de 1942 y se instalaron en Ciudadela, Provincia de Buenos Aires, asiento del Regimiento 8 de Caballería, hasta que a nuestro padre le llegó el destino al Comando de la Brigada VII Brigada de Caballería, unidad militar que entonces tenía asiento en Villa Federal – hoy llamado Federal – en la Provincia de Entre Ríos.

Con sus flamantes estrellas de Teniente 1º, viajó en diciembre de 1945 a Villa Federal para instalar su familia y prestar servicios como Ayudante del Jefe de la VII Brigada de Caballería, Coronel Don Pablo Harrand. Sus aspiraciones profesionales, se concretaron a fin del año 1946, cuando su comandante al calificar su desempeño como oficial ayudante, hizo saber a sus superiores que era un oficial: “Culto, sociable, excelente camarada, que practicaba los deportes con entusiasmo y éxito”. Ratificando estos méritos el Comandante de la IV División de Caballería, agregó en su legajo personal: “Debo destacar además, que es un oficial serio, respetuoso, subordinado y leal. Su inteligencia, su estudio y su preparación general y profesional superan la jerarquía que ostenta”. Criterioso y con mucha inicitativa. Sus aptitudes para el desempeño en campaña son sobresalientes”



Que más podía pedir: una carrera exitosa, una mujer dulce, cariñosa y gentil que lo acompañaba con amor y la llegada a este mundo de tres pequeños hijos, Pini, Manolo y Adela, quienes llenaban de ternura su vida diaria y colmaban todos sus ideales de felicidad. Poco tiempo después, el 20 de febrero de 1947, viajaron a Buenos Aires apremiados por el inminente nacimiento de Marisol. Cumplían cinco años de casados y ya tenían una familia compuesta por un varón y tres mujeres; todo hacía presagiar un futuro de familia numerosa. Sus catorce descendientes ratificaron el presagio.



Su vida militar transcurría sin mayores sobresaltos entre cursos de movilización, ejercicios de guarnición, ejercicios finales y para amenizar vibrantes partidos de polo. Practicando ese peligroso deporte en agosto de ese año, papá tuvo un accidente, que lo obligó a guardar reposo durante dos meses. Repuesto de su quebradura, la que felizmente no le dejo secuelas, fue destinado al Regimiento 11 de Caballería, que para felicidad de todos también estaba en Villa Federal. Allí se hizo cargo del 2º Escuadrón del Regimiento. Este nuevo destino nos libró de una nueva mudanza y nos permitió continuar en un lugar del que no queríamos partir.



Nada quedó del otrora orgulloso Regimiento 11 de Caballería. Políticas mas cercanas a la mezquindad y al resentimiento que a la grandeza necesaria para gobernar una nación, nos han privado de dilucidar el necesario distingo entre quienes por sus actos, fueron indignos de vestir el uniforme y aquellos otros que como nuestro padre, fueron honorables y dignísimos miembros de nuestras fuerzas armadas que cumplieron con honor el juramento de servir a su patria.

Volviendo a la vida militar de nuestros padres, para entonces, ya les habían asignado una casa con techo de tejas coloniales, de muy buena construcción, con living, comedor, tres cuartos y un baño;suficientes para albergar a su pequeña familia. Adornando el frente de la casa, un fresco porche cercado con una baranda de madera, daba forma a una arquitectura simple, típica de los cuarteles, pero agradable a la vista. Fueron tiempos felices, teníamos mucho más de lo que esperabamos. La casa estaba en medio de un barrio militar compuesto de viviendas de similares características. Próximo a nuestro hogar, disponíamos de un lugar de juegos en el que transcurría nuestra infancia deliciosamente, sin más preocupación que divertirnos en las hamacas, el tobogán, el sube y baja y un columpio que era la delicia de todos.

Buenos Aires no estaba tan lejano; ello nos permitió recibir la esperada visita de nuestras abuelas: la mamama “Tomasita” y la mamama “Pepita” y la de nuestras queridas tías y tíos maternos: Jorge, Hugo, Mary, Feli y Zoraida. Todos visitaron nuestra casa y nos brindaron su amor deleitando nuestro corazón de niños con sus cuentos.



Con la llegada de nuestra hermana Anita en mayo de 1948, llegó también el cambio de destino y a fines de año dejamos Entre Ríos, siguiendo a nuestro padre, quién fue convocado a comenzar el curso de capitanes en la Escuela de Guerra, ubicada en Buenos Aires. Otra vez a empezar de nuevo. Mi querido amigo Ernesto Day, dejó plasmado en un verso, lo que significa entre otras cosas la vida de un militar:

“Partir siempre partir,
como se ensaña el destino,
al condenarme al camino,
mientras tenga que vivir.
Marcharme sin cesar,
si me ha enseñado la vida,
que para no tener partida,
tendría que no llegar”

Llego al final de este relato con nostalgia y con la dicha de haber visitado ese solar tan querido, en compañía de mis hermanos, circunstancia que me permitió también, escribir estos recuerdos, compartirlos con la familia y rendir un homenaje a quienes nos dieron la vida y nos legaron un nombre y un camino a seguir.

Cuan cierta es la frase de León Tolstoi, cuando expresó con pasión: “Que la felicidad consiste, no en hacer lo que uno quiere, sino en querer lo que uno hace” Nuestros padres y nosotros fuimos felices, porque disfrutabamos lo que la vida nos ponía a nuestro alcance.


Para aquellos que quieran ver mas fotos de nuestra vida en Federal o de nuestra visita a dicho lugar, en octubre del 2007, pueden clickear sobre la foto que se encuentra mas abajo, la que los llevará a nuestro albúm referido a este acontecimiento.

VILLA FEDERAL. Un pedazo de Entre Ríos con mucho significado familiar.

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