Manuel José García-Mansilla 1918-1986 |
No me anima el deseo de escribir una cronología sobre su vida, solo quiero recordarlo como lo que en esencia era: “Un arquetipo de lo que debe ser un militar, un padre de familia ejemplar, un hombre común pleno de valores éticos y morales y un ciudadano respetuoso de la ley y el orden.”
Difícil misión, la de pretender escribir una semblanza sobre mi amado padre. La objetividad condición esencial para poder emitir un juicio sobre una persona con un mínimo de fundamento, se desdibuja y se pierde al pensar en él. Una rara sensación de ternura, invade mi espíritu.
Parece increíble, verdad? No es probablemente lo que se espera escuchar de un hijo al evocar la figura paterna perdida. Quizás debiera recordar a un hombre con autoridad y firmeza, aquel que me daba la fuerza que no tenía, el que me transmitía el coraje que me faltaba, quién me brindaba el consejo certero al perder el rumbo debido, el que estaba a mi lado en la desesperanza, el que me ayudaba a levantarme al verme caído, en suma, todo lo que implica ser el tronco fuerte y añoso de un árbol frondoso que dio mucho fruto, y que estoy seguro perdurará en el tiempo y hará imperecedera su memoria.
Sin embargo, pese a que me brindó todo eso y mucho más y que fue para todos, un hito para alcanzar, un camino a seguir, un ejemplo a emular, era esencialmente un hombre sencillo lleno de vida, que generaba en sus hijos, sincero y puro amor filial.
El día de su casamiento 25-07-1942 en la Basílica de Nuestra Señora de la Merced de Buenos Aires. Podemos ver más atrás en medio de ellos a nuestro querido tío bisabuelo Daniel García-Mansilla que fue padrino de casamiento |
Por eso estoy seguro que jamás lo alcanzará la verdadera de las muertes, que no es otra que el olvido.
Era en esencia, una persona simple, sin vueltas. Un hombre de creencias firmes y de una gran rectitud en su conducta de vida. Su honradez era la de un perfecto caballero. Poseía un gran carisma personal y en el trato con las personas agradaba a sus interlocutores. Cristiano convencido, hombre muy culto, gran lector, amante de la historia y las ciencias ocultas y por sobre todas las cosas un apasionado por su carrera militar a la que siempre le brindo sus mejores dones.
Como cristiano, sostenía como doctrina, la de un humanismo amplio y comprensivo, que era para él, la señal auténtica del verdadero cristianismo. Ya sabemos que en nuestra religión católica, hay diversas corrientes teológicas. Unas, más pesimistas, que destacan el pecado, la concupiscencia, la corrupción del mundo; otras más optimistas, que atienden a la gracia y a ese yo íntimo del hombre en el que se descubre fácilmente, como dice Tertuliano, un “alma naturalmente cristiana”. A mi juicio nuestro padre, siempre militó a favor de una Teología optimista del universo. Para él el Dios creador y Salvador se interesa ardientemente en la suerte total del hombre. Tiene cuidado no solamente en su porvenir eterno, sino también en su destino temporal.
Los caballos fueron su gran pasión. Era un gran jinete y muy buen jugador de polo. Dedicó buena parte de su vida a fomentar la cría del ganado equino. |
Esto significa en los hechos, el reconocimiento constitucional de la familia como realidad social e institución jurídica; lo que naturalmente trae como consecuencia su representación en los ámbitos del Estado.
En cuanto al matrimonio, suscribía en su totalidad el pensamiento de León XIII, quién afirmaba: “La fuente y el origen de la familia y de toda la sociedad humana, se encuentran en el matrimonio. Si se considera su fin, Dios ha querido poner en él las fuentes más fecundas del bien y de la salud pública”. Para nuestro padre, el matrimonio era un sacramento, un canal de la gracia, un providencial camino de perfección. En todas sus charlas a matrimonios jóvenes, invitaba siempre a los esposos a tomar ese camino. Les pedía trataran de buscar su santificación y el contento de Dios, no fuera del matrimonio, sino dentro de él.
La educación de los hijos lo desvelaba. Con el tiempo y la experiencia que adquirió como padre, fue cambiando su forma de educar. En un principio se basó, en la educación recibida de sus abuelos, mas inspirada en una disciplina estrecha o un respeto excesivo a los padres. Posteriormente comprendió, que ello era un impedimento para que nazca la necesaria confianza entre padres e hijos, condición indispensable para una buena educación.
Entendía que era imprescindible que los padres se esfuercen en merecer la confianza de sus hijos, los jóvenes expresaba, solo confían en aquellos por quienes sientan un calor comunicativo, un alma que pueda vibrar al unísono con la suya.
No hay que temer en prodigar a los hijos, desde niños, señales exteriores de ternura; ni abandonarlos al cuidado de personas extrañas; hay que escuchar sus expansiones espontáneas por mas intrascendentes que parezcan, aún cuando, por estar ocupados en un trabajo importante, nos viésemos tentados a hacerlos callar; hay que provocar y animar las confidencias; tomar siempre en serio a nuestros hijos y no reírnos nunca de sus preocupaciones. “Jamás un hijo ha de tener la impresión que es un obstáculo en nuestra vida“
El deporte, debe tener un lugar de importancia en la educación, me confiaba. Una buena orientación en tal sentido, evita la inacción o el ocio, improductivo, especialmente en las familias de menores recursos. Inspirado en esta premisa, fue el mentor de una magnífico emprendimiento educativo denominado: “Organización Deportiva Juvenil” que pudo concretar, durante la gestión del Capitán de Navío Recaredo Vázquez como Jefe de la Policía Federal Argentina, durante la presidencia del Dr. Arturo Frondizi.
El polo fue una de sus pasiones. Llegó a jugar en las finales en Palermo y alcanzó seis goles de handicap. |
A lo largo de toda su carrera dio muestras de poseer todas las virtudes que deben adornar a un militar honorable. La lealtad, el honor, el cumplimiento del deber, el respeto y subordinación a sus superiores en el marco de la Constitución Nacional y las leyes y el culto por las más puras tradiciones castrenses. Todas premisas que fueron una constante en su conducta diaria. Quizás, exagerado en aquello de dar permanentemente el ejemplo, jamás se permitía una flaqueza.
Ejercía el mando con una naturalidad sorprendente. Muchos creen que mandar es dar órdenes o que quiénes reciben las mismas obedezcan sin pensar. Nada más lejos de la realidad. Mandar no es ejercitar a una tropa para que la misma se subordine a un superior jerárquico sin razonar. Mandar es dar ejemplo constantemente y llegar a conocer el alma de cada soldado, solo a partir de esa premisa se logra la adhesión consiente de quién recibe una orden, porque el subordinado sabe que la misma fue dada por un superior con autoridad moral para ordenar.
Mi padre, muchas veces me manifestó que el ejercicio del mando implica primordialmente imaginar los acontecimientos por venir, idear soluciones para encaminar las metas del mejor modo, prever alternativas que nos ofrezcan la mejor solución del problema, materializar una táctica adecuada para obtener el fin que uno se propone y por último, como consecuencia de todo aquello, conducir la acción y supervisar y vigilar el cumplimiento de la misma. Toda una definición para cualquiera que pretenda conducir con éxito una empresa de cualquier tipo.
Mandar concluía, es educar, organizar, instruir y gobernar a tus subordinados para que a partir de ese conocimiento y de la autoridad moral que emane de tus actos y de tu persona, permitan una ejecución rápida pero inteligente de tus órdenes.
Su tropa, lo quería sinceramente, porque era un hombre justo, jamás permitió que ningún oficial a su mando se excediera con sus subordinados.
Conseguía que sus hombres – como le gustaba denominarlos – trabajaran en una atmósfera de confianza y mutuo respeto. Sabía inculcarles con verdadera inteligencia, sus deberes y sus derechos. No lo respetaban porque ostentaba un grado superior, le obedecían porque sabían que tenían frente a ellos a un jefe que daba ejemplo, que conocía su oficio y que poseía un carácter que expresaba su verdadera personalidad.
Era noble y bondadoso, virtudes que no confundía con la debilidad, o la indulgencia. Enérgico cuando era necesario, poseía una voluntad persistente cuando se trataba de defender sus ideales. Entereza ante la adversidad, constancia, fortaleza. Era austero.
Todas estas cualidades le llevaron a desarrollar un sentimiento de responsabilidad que lo obligaba a dar permanentemente el ejemplo.
Entendía que los soldados que hacían el servicio militar debían formarse como ciudadanos, para que el día de mañana tanto en la guerra como en la paz le prestaran un servicio a su patria. Luchaba con denuedo con quienes creían que los soldados eran meros asistentes de oficiales o suboficiales. Nunca les ordenó tareas que pudieran herirlos en su dignidad.
Al hablar de su carácter, puedo afirmar, que tenía un gran temperamento. A veces, me atrevo a decir, que era un poco petulante, quizás arrogante, pero sabía defender sus ideas con sapiencia, fuerza y elocuencia. No era avasallador, ni pretendía imponer sus ideas compulsivamente, por el contrario era un hombre seguro de sí mismo, que no denotaba flaqueza, que expresaba sus puntos de vista, dominando el arte de la dialéctica. Sobre determinados temas, esencialmente aquellos referidos a los valores morales o virtudes que deben adornar a todo hombre de bien, era inflexible.
Una de sus lecturas preferidas era Gilbert K. Chesterton y lo recordaba en sus conversaciones diciendo: “De poco valen las ciencias y las artes si no sirven para hacer más virtuosos a los hombres”.
Su vida siempre estuvo adornada por esas virtudes que anhelaba, pero era una persona como cualquiera de nosotros. Hoy al evocarlo yo prefiero recordarlo como un ser humano que tenía defectos y que en su afán por ser mejor cada día, aquellas predominaban sobre los vicios. Así era mi padre.
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