Nuestra querida Francia, tiene una enorme diversidad, sus regiones históricas enclavadas en una geografía y paisaje que las define con claridad, han desarrollado rasgos y características propias, que se traducen en una arquitectura particular, una gastronomía para cada lugar, una música con sello distintivo y costumbres que las diferencian unas de otras. Algunas hablan dialectos y en algunos casos su propio idioma.
Hoy queremos mostrarles un poco de la ciudad de Lyon, donde habitan muchos de nuestros queridos parientes, en especial algunos miembros de la rama de Guillemette Marrier de Lagatinerie García-Mansilla, quién contrajo matrimonio con Henry Bourgois y era la hija mayor de nuestra tía bisabuela Eduarda García-Mansilla, casada con Charles Jules Marrier de Lagatienerie.
Lyon, forma parte de la región del Valle del Ródano y Alpes Franceses. Los dos principales accidentes que dan su nombre a la región, le confieren un carácter espectacular. Los romanos reconocieron esta ruta estratégica cuando fundaron Lyon hace mas de 2.000 años. Actualmente Lyon con sus museos y sus hermosos edificios renacentistas, es la segunda ciudad de Francia y uno de los centros comerciales y culturales mas importantes del país, ostentando el título de capital de la gastronomía francesa; es también una puerta vital entre el norte y el sur desde tiempos remotos.
Quisimos buscar la visión de un turista argentino que haya visitado la ciudad recientemente, por eso elegimos un artículo publicado en el Clarín de hoy domingo 14 de febrero de 2010, escrito por Ana María Shua, en la que nos brinda sus impresiones en una visita a Lyon.
"Cruzada por los ríos Saona y Ródano, la ciudad, conocida como la Capital gastronómica francesa, cautivó a la escritora con el barrio medieval y, por supuesto, con sus platos típicos.
Lyon tiene fama de ser la capital gastronómica de Francia. Lógicamente, había que constatarlo. Por una cifra razonable, entre 12 y 14 euros, se accede a un menú de tres platos, y a ello nos dedicamos cada día. En muchas vidrieras había carteles que decían "Autentique bouchon lyonnais": deduje que debía tratarse de un plato típico. Error espantoso. Un auténtico bouchon es un restaurante típico de probada antigüedad. En cambio, probamos las quenelles, invención lionesa un poco misteriosa para el paladar argentino, una suave croqueta de algo así como salsa blanca espesa. Y la andouillete, que podría describir como un interesante embutido de mondongo.
Desde una simple ensalada hasta el más complejo de los platos franceses, todo era perfecto y exquisito. Un postre inesperado y digno de consideración es el "cervelle de canut", literalmente, "seso de obrero textil": queso blanco mezclado con queso de cabra, echalote, ciboulette y ajo.
Lo que me lleva a otra de las características de la ciudad: Lyon fue, en los siglos XVIII y XIX, el principal centro europeo de producción de seda, y la industria dejó su sello en cada rincón de la ciudad.
Me asombró ver la altura de cada piso en los edificios de departamentos. Además de las fábricas, cada hogar de la burguesía tenía su propio, altísimo, telar familiar, con sus canut, que vivían y dormían allí mismo, al pie del telar.
A mi hija, que trabaja en cine, le interesó especialmente el Museo Lumiere. Habíamos llegado justo para un festival y sacamos entradas con mucha ilusión para ver una de las primeras películas de zombies, pero cuando llegamos al cine nos encontramos con que los empleados estaban practicando un deporte nacional de Francia: la huelga sin aviso.
Hay que huir del Museo de los Autómatas. Es tan malo como se lo pueden imaginar, e incluso un poco peor. Todos los demás son muy valiosos, incluidas las ruinas de los teatros romanos.
¡Adiós, Lyon! Ocho días después de haber llegado, nos despedimos sin muchas esperanzas de volver, y sin embargo... El mundo es ancho y ajeno, pero también es un pañuelo."
Lyon no suele ser un destino turístico para los argentinos. Llegué a esa ciudad con mi hija Vera, invitada por un festival de literatura latinoamericana que se realiza allí todos los años: las Belles Latinas.
La primera impresión fue la de una belleza perfecta, ordenada, tranquila, profundamente francesa: nada dejado al azar. El agua define la ciudad, cruzada por dos ríos, el Saona y el Ródano, que en francés son respectivamente femenino y masculino. Como apasionada por las palabras, me intrigó esa diferencia. Mi editor lionés, que nunca lo había pensado, intentó una explicación que pasaba por "fleuve" y "riviere", pero pronto quedó desbaratada por numerosos ejemplos que se escapaban de la regla.
La primera impresión fue la de una belleza perfecta, ordenada, tranquila, profundamente francesa: nada dejado al azar. El agua define la ciudad, cruzada por dos ríos, el Saona y el Ródano, que en francés son respectivamente femenino y masculino. Como apasionada por las palabras, me intrigó esa diferencia. Mi editor lionés, que nunca lo había pensado, intentó una explicación que pasaba por "fleuve" y "riviere", pero pronto quedó desbaratada por numerosos ejemplos que se escapaban de la regla.
Nuestro hotel quedaba en pleno Vieux Lyon, el precioso barrio medieval y renacentista a orillas del Saona, y al pie de la colina de la Foruviere, lleno de negocitos y pequeños restaurantes.
Lyon tiene fama de ser la capital gastronómica de Francia. Lógicamente, había que constatarlo. Por una cifra razonable, entre 12 y 14 euros, se accede a un menú de tres platos, y a ello nos dedicamos cada día. En muchas vidrieras había carteles que decían "Autentique bouchon lyonnais": deduje que debía tratarse de un plato típico. Error espantoso. Un auténtico bouchon es un restaurante típico de probada antigüedad. En cambio, probamos las quenelles, invención lionesa un poco misteriosa para el paladar argentino, una suave croqueta de algo así como salsa blanca espesa. Y la andouillete, que podría describir como un interesante embutido de mondongo.
Desde una simple ensalada hasta el más complejo de los platos franceses, todo era perfecto y exquisito. Un postre inesperado y digno de consideración es el "cervelle de canut", literalmente, "seso de obrero textil": queso blanco mezclado con queso de cabra, echalote, ciboulette y ajo.
Lo que me lleva a otra de las características de la ciudad: Lyon fue, en los siglos XVIII y XIX, el principal centro europeo de producción de seda, y la industria dejó su sello en cada rincón de la ciudad.
Me asombró ver la altura de cada piso en los edificios de departamentos. Además de las fábricas, cada hogar de la burguesía tenía su propio, altísimo, telar familiar, con sus canut, que vivían y dormían allí mismo, al pie del telar.
A mi hija, que trabaja en cine, le interesó especialmente el Museo Lumiere. Habíamos llegado justo para un festival y sacamos entradas con mucha ilusión para ver una de las primeras películas de zombies, pero cuando llegamos al cine nos encontramos con que los empleados estaban practicando un deporte nacional de Francia: la huelga sin aviso.
Hay que huir del Museo de los Autómatas. Es tan malo como se lo pueden imaginar, e incluso un poco peor. Todos los demás son muy valiosos, incluidas las ruinas de los teatros romanos.
¡Adiós, Lyon! Ocho días después de haber llegado, nos despedimos sin muchas esperanzas de volver, y sin embargo... El mundo es ancho y ajeno, pero también es un pañuelo."
Fuentes : Ana María Shua Escritora. Su último libro es "Que tengas una vida interesante" (EMECE).
Diario "Clarin" de Buenos Aires, domingo 14 de febrero de 2010.