La gloria de un país está cimentada en la vida y obra de sus hombres virtuosos. Su prosperidad dependerá de cuanto esté dispuesto a seguir el ejemplo de las acciones de esos hombres. Este año al conmemorarse los cien años de su muerte, queremos honrar a quién, quizás, sea el más preclaro hombre público que dió la Provincia de Corrientes: El Doctor Manuel Florencio Mantilla, quién con sus sanos ideales y su clara inteligencia, contribuyó a enaltecer la cultura tradicional de nuestro suelo correntino.
Nació en Saladas, un 25 de julio de 1853 y, como dijera Mariano J. Drago ante su tumba, nacer en momentos en que nuestros constituyentes aprobaban el inmortal legado de la constitución de 1853, que declara los derechos naturales del hombre, la división de poderes, la igualdad ante la ley, la propiedad inviolable, la libertad de palabra y de prensa, en suma, las conquistas por las que había vertido sangre lo mejor de su pueblo en los años luctuosos que precedieron a nuestra formación como república, fue un presagio de lo que fue una vida consagrada al bien público.
Sus padres, don Juan Ramón Mantilla y Avelina Benítez de Arriola cuya estirpe entroncaba con antiguas familias de la época colonial, le brindaron la savia necesaria para compenetrarse de la tradición histórica que brindó tantas glorias y demandó tantos sacrificios a su tierra nativa.
Recibió su primera educación en las escuelas de su provincia natal; primero en Mercedes y luego en la ciudad de Corrientes, donde concluyó sus estudios primarios en la Escuela del Convento de San Francisco. Prosiguió su formación bajo el cuidado de los padres jesuitas en el Colegio de la Inmaculada Concepción de Santa Fé. Mas tarde pasó a la Universidad de la ciudad de Buenos Aires a cursar jurisprudencia, donde terminó su carrera en 1873, cuando recién cumplía 20 años. En mérito a sus sobresalientes calificaciones, la facultad le concedió el más alto galardón al que podía aspirar un alumno: la impresión de su tesis que versó sobre: “Tración a la patria”.
De regreso a su provincia, se inicia en el periodismo formando parte del cuerpo de redactores del órgano del partido liberal “El Argos”, que desde Corrientes impulsaba la candidatura de Nicolás Avellaneda. Después fundó el periódico “La Libertad” - un 9 de julio de 1877- , voz incansable a favor de las libertades públicas. Al mismo tiempo, colaboró en: “La Revista Universitaria de Buenos Aires”; “El Orden”, “El Constitucional” y “La Campaña de Corrientes”; en “La Nación”, “La Tribuna” y “La Bandera Liberal de Buenos Aires”; en “Las Cadenas y la Patria de Corrientes”; en “El Sudamericano” y en la “Revista Nacional”, entre muchos otros.
Durante sus primeros años de vida pública, ocupó diversos cargos tales como Fiscal de Estado, Asesor Municipal, Ministro de Gobierno - a los 25 años de edad - y Ministro General de Gobierno, promoviendo acciones de singular relevancia. En su accionar se destacaba por su independencia de carácter, su entereza cívica, su competencia, su vocación al trabajo y su proverbial honradez.
Supo descollar en el poder legislativo al que ingresó electo en 1880, por sus convicciones, su encendida y culta oratoria, su fervor patriótico y su condición de republicano insigne. Sobresalió en sus comienzos como legislador en la Cámara de Diputados de la Nación, participando en debates de singular importancia para el futuro de su país, concitando el respeto de sus pares, entre los que se encontraban hombres de la talla de Indalecio Gómez, Leandro N. Alem, Emilio Mitre y muchos otros calificados hombres de nuestro pasado histórico.
Luego como Senador Nacional, en la ilustre compañía de Bartolomé Mitre, Carlos Pellegrini, Bernardo de Irigoyen, Joaquín V. González y Miguel Cané, reafirmó su fama por su erudición sobre los temas tratados, por la profundidad de su pensamiento y por su vastísima cultura. Ello sin dejar de recordar que fue un brillante orador y un polemista de nota. Su estilo clásico impresionaba profundamente a sus pares.
Es que ese insigne orador como nos señala Angel Acuña, su biógrafo más destacado, leía a Homero y Virgilio en su propio idioma y era devoto absoluto de los “Pensamientos” de Marco Aurelio y para su especialidad parlamentaria, el derecho constitucional, abrevaba de las fuentes de los constitucionalistas norteamericanos, en los que se inspiraron nuestros constituyentes en 1853, para plasmar su ideario en nuestra Constitución Nacional. Juan Balestra, al recordarlo nos decía: “Mantilla era un constitucionalista formidable, acaso el que mejor exponía la materia en debates parlamentarios”.
Sus iniciativas y comisiones fueron muchas, entre las que podemos recordar: la ley Nº 3445, de creación de la hoy denominada Prefectura Naval Argentina, institución que lo honra llevando su nombre en el buque insignia de dicha fuerza naval - "GC 24 Mantilla" - su defensa acérrima de las autonomías provinciales, su lucha por los derechos inalienables a los que jamás deben renunciar las provincias y muchas otras. Por eso, Alfredo L. Palacios, en uno de sus elocuentes discursos, se refirió a: “Mantilla, el gran senador federalista”.
También supo inmolarse por sus convicciones. Conoció la proscripción desde 1880 a 1882. Sufrió la cárcel en varias oportunidades por razones políticas. Sin embargo, su ánimo no decayó: por el contrario, se templó y lo llevó a decir en el Senado: “jamás caminé de rodillas ante los hombres”.
Su concepción del honor y sus virtudes cívicas, están reflejadas en toda su magnitud, en un hecho que le tocó vivir en el año 1905 con su maestro y amigo el entonces Presidente de la Nación, Dr. Manuel Quintana.
En cierta oportunidad lo llamó al doctor Mantilla, para pedirle que reconsidere su voto en un proyecto de ley, alegando que bastaba su firma al pié de un proyecto, para que sus amigos la respetaran.
“De manera que, según usted, le respondió el doctor Mantilla, ante su firma debemos inclinarnos siempre, pasando por todo, haciendo caso omiso de nuestras ideas, de nuestra conciencia, de nuestra tradición? […] Su firma vale mucho, sin duda; pero yo hombre, yo senador, tengo ideas, tengo convicción, tengo voluntad propia, y por ellas me dirijo; puedo declinar de ellas por deferencia al amigo, algunas veces, dentro de un margen de discreta tolerancia; pero no soy ni seré de los que digan a todo amén porque lleve al pie la firma de Manuel Quintana. Y si no fuese así, Usted no me apreciaría de verdad, no me tendría en el concepto de un hombre digno y de autoridad”.
Que vigencia tienen estas palabras, cuan necesario es que nuestros hombres públicos se inspiren en estas conductas, que importancia tiene para el porvenir de nuestra patria rescatar a estos hombres que nos han dejado un camino a transitar basado en ideales y firmes convicciones.
Por ello, hemos querido comenzar hoy, recordando a este dilecto hijo de nuestra tierra correntina, que nutrió su espíritu con las virtudes de su noble cuna y que nos dejó un legado imperecedero que debemos honrar.
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